Ότι δεν με σκοτώνει με κάνει πιο δυνατό


miércoles, 19 de diciembre de 2012

Penélope, reina de Ítaca




John William Watherhouse, Penélope 




Penélope, paradigma de mujer hermosa, símbolo de la lealtad en el amor. Esta reina de Ítaca que durante más de veinte años con inquebrantable firmeza esperó el regreso de su amado Ulises representa el modelo sublime e idealizado de esposa. Ella nos ha sido legada por la mano del inmortal Homero que en su Odisea ha creado este mito formando una mujer sin duda a la altura del gran héroe protagonista, el astuto Ulises. El gran rey de Ítaca que acude a la guerra de Troya y allí permanece diez años hasta que su ingenio, favorecido siempre por la diosa Atenea, determina la victoria de los griegos frente a los aguerridos troyanos. Otros diez años durará el viaje de retorno de Ulises a su reino. Mientras su bella esposa le aguarda en una virtuosa espera, consiguiendo engañar a los pretendientes que deseaban aceptase la desaparición del héroe griego para unirse a ella en un nuevo enlace, en tanto dilapidaban los bienes del palacio. Penélope, inteligente y hábilmente les engaña durante mucho tiempo con la excusa de tejer un sudario para Laertes; su agudeza y maestría logran destejer durante la noche lo tejido durante el día y así les supera y triunfa sobre todos hasta que la fe en su amor se ve recompensada con el deseado regreso de Ulises. Veinte años después los dos amantes se reencuentran y así lo leemos en Odisea, canto XXIII:


“… y lloraba abrazado a su deseada, a su fiel esposa. Como cuando la tierra aparece deseable a los ojos de los que nadan..., así de bienvenido era el esposo para Penélope, quien no dejaba de mirarlo y no acababa de soltar del todo sus blancos brazos del cuello.”

“Y cuando habían gozado del amor placentero, se complacían los dos esposos contándose mutuamente, ella cuánto había soportado en el palacio, la divina entre las mujeres; contemplando la odiosa comparsa de los pretendientes que por causa de ella degollaban en abundancia toros y carnosas ovejas y sacaban de las tinajas gran cantidad de vino; por su parte, Odiseo, de linaje divino, le contó cuántas penalidades había causado a los hombres y cuántas había padecido él mismo con fatiga. Penélope gozaba escuchándole y el sueño no cayó sobre sus párpados hasta que le contara todo.”



Desde Homero hasta hoy son muchos los autores que en diferentes campos de las Artes y con distintos propósitos se han interesado por este mito. Por centrarnos en la Literatura vemos que aparece en los antiguos como Platón en su obra Fedón, Teócrito, Ovidio o Apolodoro por citar algunos, pasando por Bocaccio en su De claris mulieribus;  nos la encontamos también en los emblemas de Alciato, cómo olvidar el poema La tela de Penélope de Robert Greene… y adentrándonos en épocas más recientes imposible obviar a Joyce y su Ulises,  Buero Vallejo y la obra La tejedora de sueños,  Jorge Luis Borges en Un escolio donde el amor de Ulises aparece como prototipo del verdadero amor. En fin sería imposible citar aquí a tantos magníficos escritores que se han sentido atraídos por la fuerza de esta leyenda homérica. Ejemplo actual de ello es el poema que he elegido y podéis leer a continuación, su autor es el poeta asturiano y profesor de Filología Latina en la Universidad de Oviedo, Aurelio González Oviés.




Penélope de Ulises

Más allá de su casa el calor de septiembre
crepita en las higueras;
Penélope de Ulises, fiel espartana,
se ha asomado al balcón donde borda por siempre
y ahuyenta una pareja de gansos atrevidos
que va picoteando la flor de sus hortensias.
La casa huele a pan, a recuerdo de harina,
A esperanza nacida de una esperanza vieja.
¿Volverá? Quién sabe si en el mar
o a la luz de los faros,
después de tanto tiempo, se sigue recordando.
Y de repente canta (bien sabe por qué canta)
y de la comisura de sus labios
pende un temblor que es casi ya una lágrima.

Y el sol llega a sus ojos como una pesadumbre
―no hay nada más hermoso, sin embargo, que el rostro
de Penélope con la estela brillante de las lágrimas―.
¿Volverá? En momentos como este no deja de bordar
por no llorar delante de doncellas,
mas sus dedos no saben si bordan una flor
sobre el sudario
o anudan otro pétalo a su pena.
No se parece en nada a la mujer de piel campesina,
la más esbelta de Itaca,
que antaño llegó a ser la esposa deseada,
porque de tanta espera,
de tanto deshacer la tela de sus días
cuando la noche entraba, va quedando con hilos
que descosen la carne de su cara.
Se parece muy poco a la de brazos níveos,
por abrazarse tanto al llanto del crepúsculo,
por rehusar promesas de tantos pretendientes,
esperando las velas de las naves rojizas
que las olas del tiempo jamás, tal vez, acerquen.
Y a veces ya le ocurre lo mismo que a su perro:
que de ladrar atado al pie de su destino,
tiene la tirantez ahogándole en el cuello,
una marca amarilla de soledad y hastío
que le ha robado olfato, el aullido y el pelo.
Y nunca pasa nada sino la vida en vano,
las horas se suceden girando en el vacío,
como una rueca muerta varada en unas manos
que no darán más vueltas. Lo tienen prometido.
Penélope de Ulises, la solitaria de Itaca,
la del balcón abierto por si escuchara pasos;
Penélope de Ulises, la eterna bordadora
de su presente aciago, de su futuro mítico.
La esposa envejecida como un griego olvidado.



El poema en audio







Penélope de Georges Brassens.