Ότι δεν με σκοτώνει με κάνει πιο δυνατό


jueves, 31 de enero de 2013

Fray Luis de León: Profecía del Tajo









Caramba, andábamos ayer navegando por las notas de Händel y su Rodrigo cuando recordé el poema que fray Luis de León le había dedicado a este Rey que folgaba en la ribera del Tajo… Dudé si incluirlo o no, al final me decidí por esta segunda opción pero un tanto le debió de molestar al ilustre renacentista que desde entonces no cesa de “aparecer” allá por dondequiera que mi mente deambula… así que hoy toca fray Luis, jejeje.




Oda VII - Profecía del Tajo

Folgaba el Rey Rodrigo
con la hermosa Cava en la ribera
del Tajo, sin testigo;
el río sacó fuera
el pecho, y le habló desta manera:

«En mal punto te goces,
injusto forzador; que ya el sonido
oyo, ya y las voces,
las armas y el bramido 
de Marte, de furor y ardor ceñido.

¡Ay! esa tu alegría
qué llantos acarrea, y esa hermosa,
que vio el sol en mal día,
a España ¡ay cuán llorosa!,
y al cetro de los Godos ¡cuán costosa!

Llamas, dolores, guerras,
muertes, asolamientos, fieros males
entre tus brazos cierras,
trabajos inmortales
a ti y a tus vasallos naturales;

a los que en Constantina
rompen el fértil suelo, a los que baña
el Ebro, a la vecina
Sansueña, a Lusitaña:
a toda la espaciosa y triste España.

Ya dende Cádiz llama
el injuriado Conde, a la venganza
atento y no a la fama,
la bárbara pujanza,
en quien para tu daño no hay tardanza.

Oye que al cielo toca
con temeroso son la trompa fiera,
que en África convoca
el moro a la bandera
que al aire desplegada va ligera.

La lanza ya blandea
el árabe crüel, y hiere el viento,
llamando a la pelea;
innumerable cuento
de escuadras juntas veo en un momento.

Cubre la gente el suelo,
debajo de las velas desparece
la mar; la voz al cielo
confusa y varia crece;
el polvo roba el día y le escurece.

¡Ay!, que ya presurosos
suben las largas naves. ¡Ay!, que tienden
los brazos vigorosos
a los remos, y encienden
las mares espumosas por do hienden.

El Éolo derecho
hinche la vela en popa, y larga entrada
por el Hercúleo Estrecho
con la punta acerada
el gran padre Neptuno da a la armada.

¡Ay, triste! ¿y aun te tiene
el mal dulce regazo? ¿Ni llamado
al mal que sobreviene,
no acorres? ¿Ocupado,
no ves ya el puerto a Hércules sagrado?

Acude, acorre, vuela,
traspasa la alta sierra, ocupa el llano;
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminando el hierro insano.»

¡Ay, cuánto de fatiga,
ay, cuánto de sudor está presente
al que viste loriga,
al infante valiente,
a hombres y a caballos juntamente!

Y tú, Betis divino,
de sangre ajena y tuya amancillado,
darás al mar vecino
¡cuánto yelmo quebrado,
cuánto cuerpo de nobles destrozado!

El furibundo Marte
cinco luces las haces desordena,
igual a cada parte;
la sexta, ¡ay!, te condena,
¡oh, cara patria!, a bárbara cadena.




miércoles, 30 de enero de 2013

Ópera: “Rodrigo” de Händel





 König Rodrigo, Eugène Delacroix



Rodrigo es una ópera en tres actos compuesta por el músico sajón Georg Friedrich Händel cuando apenas contaba veintidós años bajo encargo de Fernando de Médicis para que se representara en Italia. Se estrenó en Florencia en 1707.

La obra está basada en el libreto Rodrigo: Il duello d'amore e di vendetta de Francesco Silvani.


Marco histórico. 
Nos trasladamos a la España del siglo VIII d. C. donde el rey godo don Rodrigo (forma castellanizada de Rodorico) intenta sin éxito impedir el avance de las huestes musulmanas que con relativa facilidad irán conquistando territorio íbero ante el inevitable ocaso del reino visigodo.


Personajes de la ópera. 
Rodrigo, rey.
Esilena, esposa de Rodrigo
Florinda, madre del hijo de Rodrigo.
Giuliano, hermano de Florinda
Evanco, último hijo vivo del rey Witiza.
Fernando, general de Rodrigo.


Argumento.
Prólogo: Rodrigo destrona a Witiza por ser un monarca corrupto, defecto en el que él también incurrirá y así estando casado con Esilena no tiene reparo en prometer matrimonio a Florinda, de la relación entre ambos nacerá un niño que no evitará que el rey finalmente incumpla su promesa y permanezca con su esposa.

Acto I: El hermano de Florinda, Giuliano derrota a los descendientes de Witiza, solo permanece con vida Evanco; Rodrigo exige su ejecución mientras que Esilena se opone. Ante esta situación y enterado Giuliano de la afrenta sufrida por su hermana decide perdonar la vida a Evanco y aliarse con él. Entretanto el rey le cuenta a su esposa los amores con Florinda a quien Esilena está dispuesta a ceder el trono si con ello se consigue evitar un nuevo enfrentamiento.

Acto II: En un ambiente claramente bélico Rodrigo intenta lograr un acuerdo con Florinda para evitar la lucha pero ella solo desea vengarse por la ofensa sufrida. Giuliano cae en manos de Rodrigo que pretende acabar con su vida pero la entrada en la ciudad de las fuerzas de Evanco lo impide. En el lance muere Fernando.

Acto III: Rodrigo cae derrotado y Florinda solicita ser ella misma quien lo ejecute pero la intervención de Esilena recordándole que él es el padre de su hijo lo evita. Rodrigo renuncia al trono y se marcha al destierro junto a su esposa. Mientras Florinda se casa con Evanco ya coronado como nuevo rey.

Al final el amor y la caridad triunfan sobre el odio y la venganza.




Gloria Banditelli, Ti lascio alla pena 





Elena Cecchi Fedi, O morte o Vendetta





Gloria Banditelli y Sandrine, Piau, Addio! mio caro bene




Coro final, L'amorosa dea di Cnido








lunes, 28 de enero de 2013

Mario Benedetti: Miss Amnesia








En este cuento Benedetti plantea un tema complejo, el de la amnesia voluntaria, provocada por una experiencia traumática. En Miss Amnesia la joven protagonista no recuerda ni siquiera quién es o dónde está. Esto la condena a repetir una y otra vez la misma pesadilla que ha causado su pérdida de memoria.

Lo cierto es que después de leer este cuento nos queda un evidente desasosiego al contemplar impotentes cómo la protagonista debe revivir constantemente el mismo encuentro con su abusador sin ser consciente de ello.

Tras el cuento encontraréis un corto dirigido por el venezolano Alvaro León en el año 2003, basado en esta narración breve de Benedetti. Solo destacar el cambio de escenario, si en el cuento del escritor uruguayo la acción se sitúa en Montevideo en el video se desarrolla en Caracas.




Miss Amnesia

La muchacha abrió los ojos y se sintió apabullada por su propio desconcierto. No recordaba nada. Ni su nombre, ni su edad, ni sus señas. Vio que su falda era marrón y que la blusa era crema. No tenía car­tera. Su reloj pulsera marcaba las cuatro y cuarto. Sintió que su lengua estaba pastosa y que las sienes le palpitaban. Miró sus manos y vio que las uñas tenían un esmalte transparente. Estaba sentada en el banco de una plaza con arboles, una plaza que en el centro tenía una fuente vieja, con angelitos, y algo así como tres platos paralelos. Le pareció horrible. Desde su banco veía comercios, grandes letre­ros. Pudo leer: Nogaró, Cine Club, Porley Muebles, Marcha, Partido Nacional. Junto a su pie izquierdo vio un trozo de espejo, en forma de triángulo. Lo recogió. Fue consciente de una enfermiza curiosidad cuando se enfrentó a aquel rostro que era el suyo. Fue como si lo viera por primera vez. No le trajo ningún recuerdo. Trató de calcular su edad. Tendré dieciséis o diecisiete años, pensó. Curiosamente, re­cordaba los nombres de las cosas (sabía que esto era un banco, eso una columna, aquello una fuente, aquello otro un letrero), pero no podía situarse a sí misma en un lugar y en un tiempo. Volvió a pensar, esta vez en voz alta: “Sí debo tener dieciséis o diecisiete”, sólo para confirmar que era una frase en español. Se preguntó si además hablaría otro idioma. Nada. No recordaba nada. Sin embargo, experimen­taba una sensación de alivio, de serenidad, casi de inocencia. Estaba asombrada, claro, pero el asombro no le producía desagrado. Tenía la confusa impre­sión de que esto era mejor que cualquier otra cosa, como si a sus espaldas quedara algo abyecto, algo horrible. Sobre su cabeza el verde de los árboles tenía dos tonos, y el ciclo casi no se veía. Las palo­mas se acercaron a ella, pero en seguida se retiraron, defraudadas. En realidad, no tenía nada para darles. Un mundo de gente pasaba junto al banco, sin pres­tarle atención. Sólo algún muchacho la miraba. Ella estaba dispuesta a dialogar, incluso lo deseaba, pero aquellos volubles contempladores siempre terminaban por vencer su vacilación y seguían su camino. En­tonces alguien se separó de la corriente. Era un hom­bre cincuentón, bien vestido, peinado impecablemen­te, con alfiler de corbata y portafolio negro. Ella intuyó que le iba a hablar. ¿Me habrá reconocido? pensó. Y tuvo miedo de que aquel individuo la in­trodujera nuevamente en su pasado. Se sentía tan feliz en su confortable olvido. Pero el hombre sim­plemente vino y preguntó: “¿Le sucede algo, señorita?” Ella lo contempló largamente. La cara del tipo le ínspiró confianza. En realidad, todo le inspiraba con­fianza. “Hace un rato abrí los ojos en esta plaza y no recuerdo nada, nada de lo de antes.” Tuvo la im­presión de que no eran necesarias más palabras. Se dio cuenta de su propia sonrisa cuando vio que el hombre también sonreía. Él le tendió la mano. Dijo: “Mi nombre es Roldán, Félix Roldán”. “Yo no sé mi nombre”, dijo ella, pero estrechó la mano. “No importa. Usted no puede quedarse aquí. Venga con­migo. ¿Quiere?” Claro que quería. Cuando se incor­poró, miró hacia las palomas que otra vez la rodea­ban, y reflexionó: Qué suerte, soy alta. El hombre llamado Roldán la tomó suavemente del codo, y le propuso un rumbo. “Es cerca”, dijo. ¿Qué sería lo cer­ca? No importaba. La muchacha se sentía como una turista. Nada le era extraño y sin embargo no podía reconocer ningún detalle. Espontáneamente, enlazó su brazo débil con aquel brazo fuerte. El traje era sua­ve, de una tela peinada, seguramente costosa. Miró hacia arriba (el hombre era alto) y le sonrió. Él también sonrió, aunque esta vez separó un poco los labios. La muchacha alcanzó a ver un diente de oro. No preguntó por el nombre de la ciudad. Fue él quien le instruyó: “Montevideo”. La palabra cayó en un hondo vacío. Nada. Absolutamente nada. Ahora iban por una calle angosta, con baldosas levantadas y obras en construcción. Los autobuses pasaban junto al cordón y a veces provocaban salpicaduras de un agua barrosa. Ella pasó la mano por sus piernas para limpiarse unas gotas oscuras. Entonces vio que no tenía medías. Se acordó de la palabra medias. Miró hacia arriba y encontró unos balcones viejos, con ro­pa tendida y un hombre en pijama. Decidió que le gustaba la ciudad.

“Aquí estamos”, dijo el hombre llamado Roldán junto a una puerta de doble hoja. Ella pasó prime­ro. En el ascensor, el hombre marcó el piso quinto. No dijo una palabra, pero la miró con ojos inquietos. Ella retribuyó con una mirada rebosante de confian­za. Cuando él sacó la llave para abrir la puerta del apartamento, la muchacha vio que en la mano de­recha él llevaba una alianza y además otro anillo con una piedra roja. No pudo recordar cómo se llamaban las piedras rojas. En el apartamento no había nadie. Al abrirse la puerta, llegó de adentro una bocanada de olor a encierro, a confinamiento. El hombre llamado Roldán abrió una ventana y la invitó a sentarse en uno de los sillones. Luego trajo copas, hielo, whisky. Ella recordó las palabras hielo y copa. No la palabra whisky. El primer trago de alcohol la bizo toser, pero le cayó bien. La mirada de la mu­chacha recorrió los muebles, las paredes, los cuadros. Decidió que el conjunto no era armónico, pero es­taba en la mejor disposición de ánimo y no se escandalizó. Miró otra vez al hombre y se sintió có­moda, segura. Ojalá nunca recuerde nada hacia atrás, pensó. Entonces el hombre soltó una carcajada que la sobresaltó, “Ahora decime, mosquita muerta. Ahora que estamos solos y tranquilos, eh, vas a decirme quién sos.” Ella volvió a toser y abrió desmesura­damente los ojos. “Ya le dije, no me acuerdo.” Le pareció que el hombre estaba cambiando vertigino­samente, como si cada vez estuviera menos elegante y más ramplón, como si por debajo del alfiler de corbata o del traje de tela peinada, le empezara a brotar una espesa vulgaridad, una inesperada anti­patía. “¿Miss Amnesia? ¿Verdad?” Y eso ¿qué signi­ficaba? Ella no entendía nada, pero sintió que empe­zaba a tener miedo, casi tanto miedo de este absurdo presente como del hermético pasado. “Che, miss Am­nesia”, estalló el hombre en otra risotada, “¿sabes que sos bastante original? Te juro que es la prime­ra vez que me pasa algo así. ¿Sos nueva ola o qué?” La mano del hombre llamado Roldán se aproxi­mó. Era la mano del mismo brazo fuerte que ella había tomado espontáneamente allá en la plaza. Pero en rigor era otra mano. Velluda, ansiosa, casi cua­drada. Inmovilizada por el terror, ella advirtió que no podía hacer nada. La mano llegó al escote y trató de introducirse. Pero había cuatro botones que dificultaban la operación. Entonces la mano tiró hacia abajo y saltaron tres de los botones. Uno de ellos rodó largamente hasta que se estrelló contra el zócalo. Mientras duró el ruidito, ambos quedaron inmóviles. La muchacha aprovechó esa breve espera involun­taria para incorporarse de un salto, con el vaso toda­vía en la mano. El hombre llamado Roldán se le fue encima. Ella sintió que el tipo la empujaba hacia un amplio sofá tapizado de verde. Sólo decía: “Mos­quita muerta, mosquita muerta”. Se dio cuenta de que el horrible aliento del tipo se detenía primero en su pescuezo, luego en su oreja, después en sus labios. Advirtió que aquellas manos poderosas, repugnantes, trataban de aflojarle la ropa. Sintió que se asfixiaba, que ya no daba más. Entonces notó que sus dedos apretaban aún el vaso que había tenido whisky. Hizo otro esfuerzo sobrehumano, se incorpo­ró a medias, y pegó con el vaso, sin soltarlo, en el rostro de Roldán. Este se fue hacia atrás, se balan­ceó un poco y finalmente resbaló junto al sofá verde. La muchacha asumió íntegramente su pánico. Saltó sobre el cuerpo del hombre, aflojó al fin el vaso (que cayó sobre una alfombrita, sin romperse), co­rrió hacia la puerta, la abrió, salió al pasillo y bajó espantada los cinco pisos. Por la escalera, claro. En la calle pudo acomodarse el escote, gracias al único botón sobreviviente. Empezó a caminar ligero, casi corriendo. Con espanto, con angustia, también con tristeza y siempre pensando: Tengo que olvidarme de esto, tengo que olvidarme de esto. Reconoció la plaza y reconoció el banco en que había estado sentada. Ahora estaba vacío. Así que se sentó. Una de las palomas pareció examinarla, pero ella no estaba en condiciones de hacer ningún gesto. Sólo tenía una idea obsesiva: Tengo que olvidarme, Dios mío haz que me olvide también de esta vergüenza. Echó la cabeza hacia atrás y tuvo la sensación de que se des­mayaba.


Cuando la muchacha abrió los ojos, se sintió apa­bullada por su desconcierto. No recordaba nada. Ni su nombre, ni su edad, ni sus señas. Vio que su falda era marrón y que su blusa, en cuyo escote faltaban tres botones, era de color crema. No tenía cartera. Su reloj marcaba las siete y veinticinco. Estaba sen­tada en el banco de una plaza con árboles, una plaza que en el centró tenía una fuente vieja, con angelitos y algo así como tres platos paralelos. Le pareció horrible. Desde el banco veía comercios, grandes le­treros. Pudo leer: Nogaró, Cine Club, Porley Muebles, Marcha, Partido Nacional. Nada. No recordaba nada. Sin embargo, experimentaba una sensación de alivio, de serenidad, casi de inocencia. Tenía la confusa impresión de que esto era mejor que cualquier otra cosa, como si a sus espaldas quedara algo abyecto, algo terrible. La gente pasaba junto al banco. Con niños, con portafolios, con paraguas. Entonces alguien se separó de aquel desfile interminable. Era un hom­bre cincuentón, bien vestido, peinado impecablemen­te, con portafolio negro, alfiler de corbata y un par­checito blanco sobre el ojo. ¿Será alguien que me conoce? pensó ella, y tuvo miedo de que aquel indi­viduo la introdujera nuevamente en su pasado. Se sentía tan feliz en su confortable olvido. Pero el hom­bre se acercó y preguntó simplemente: “¿Le sucede algo, señorita?” Ella ló contempló largamente. La cara del tipo le inspiró confianza. En realidad, todo le inspiraba confianza. Vio que el hombre le tendía la manó y oyó que decía: “Mi nombre es Roldán. Félix Roldán”. Después de todo, el nombre era lo de menos. Así que se incorporó y espontáneamente enlazó su brazo débil con aquel brazo fuerte.

La muerte y otras sorpresas, 1968












martes, 22 de enero de 2013

Leopoldo Alas Clarín: Un paseo nostálgico por los espacios de La Regenta



Catedral de Oviedo

Una ciudad : Vetusta (para nosotros, Oviedo)
Una mujer: Doña Ana Ozores.
Un hombre: Don Víctor Quintanar.
Una novela: La Regenta, tal vez la mejor del siglo XIX. 
Entre sus páginas, además de disfrutar del inmenso placer de la lectura, vamos a encontrar la esencia de lo que somos: amor, odio, amistad, envidia, orgullo, bondad, maldad....  Pero no quiero revelar ni descubrir la riqueza de matices que encierra en su interior. Tan sólo, permítanme dedicar unas palabras a mi personaje favorito, d. Tomás Crespo, alias "Frígilis". Un hombre extraordinario, de pocas palabras, pero muy bien ajustadas en el espacio-tiempo, lúcido, sobrio, honesto, el mejor amigo que alguien pueda tener. 
D. Tomás es de esos hombres que viven y dejan vivir, que respetan el espacio de los demás, que saben disfrutar su tiempo con sus cosas, que no envidian ni chismorrean sobre los demás; ya saben, la hipocresía moral de aquellos que tienen una vida tan vacía e insignificante que sólo llegan a intentar desacreditar a los demás, especialmente a quienes les sobrepasan en todas las dimensiones del ser humano (ética, moral e intelectual). 
En los tiempos que corren, entonces y ahora, mi admirado Frígilis es "rara avis" en semejante paraíso terrenal. 
Termino ya recogiendo las palabras que sobre él escribió Clarín: 

A don Tomás le llamaban  Frígilis porque si se le refería un desliz de los que suelen castigar los pueblos con hipócritas aspavientos de moralidad asustadiza, él se encogía de hombros, no por indiferencia sino por filosofía, y exclamaba sonriendo: 
— ¿Qué quieren ustedes? Somos frígilis, como decía el otro. Frígilis quería decir frágiles. Tal era la divisa de don Tomás: la fragilidad humana.


Fotografías y texto: Amelia G. Suárez

Escultura de Ana Ozores. De fondo, la Catedral.

Plaza de la Catedral de San Salvador


En el entorno de la Catedral nos encontramos la antigua Facultad de Filología. Lugar que despierta alguno de mis mejores recuerdos.


La torre


Paseando por Vetusta, como d. Fermín de Pas

Lateral de la Catedral


La catedral, como pueden ver, es el escenario principal de la obra.


Perderse por estas callejuelas es un placer inmenso.


Pasadizo de Santa Bárbar. ¡Cuántos años correteando por sus adoquines!


Y traspasado el arco, la Facultad


Al lado de la catedral, el Jardín de los Reyes.

Publicación original de Amelia García Suárez. 
Abstenerse cualquier estulto que quiera darle al botón de denunciar entrada. Mejor que hacer perder el tiempo a los demás te dediques a algo positivo, menso.

domingo, 20 de enero de 2013

Carmina Burana: Fortuna Imperatrix mundi






Foto:  Amelia G. Suárez



O Fortuna


O Fortuna
velut luna,
statu variabilis,
semper crescis
aut decrescis;
vita detestabilis
nunc obdurat
et tunc curat
ludo mentis aciem,
egestatem,
potestatem
dissolvit ut glaciem.

Oh, Fortuna
como la luna,
en estado variable,
siempre creces
o decreces;
vida detestable
que  ahora oprime
y luego cura
en un juego la destreza de la mente;
la pobreza,
el poder
disuelve como un hielo.

Sors immanis
et inanis,
rota tu volubilis,
status malus,
vana salus
semper dissolubilis,
obumbrata
et velata
mihi quoque niteris;
nunc per ludum
dorsum nudum
fero tui sceleris.

Suerte despiadada
y vacía,
tú, rueda voluble,
de mal fortuna,
vana salvación
siempre soluble,
ensombrecida
y velada
también a mí te diriges;
ahora por el juego
el dorso desnudo
ofrezco a tu perversidad.


Sors salutis
et virtutis
mihi nunc contraria,
est affectus
et deffectus
semper in angaria.
Hac in hora
sine mora
corde pulsum tangite;
quod per sortem
sternit fortem,
mecum omnes plangite! 

La suerte de la salvación
y de la virtud
ahora me son contrarias,
es afecto
y carencia
siempre inevitable.
En esta hora
sin demora
 tocad el pulso del corazón;
porque a través del destino
se derrota al fuerte,
conmigo todos llorad!














martes, 1 de enero de 2013

Petite Mort




Fotografía: Alberto Rodrigálvarez

















La danza llena de luz y magia este cosmos virtual que es Navegando. 

"Petite Mort" es una pieza de ballet creada en 1991 por el magnífico coreógrafo checo Jirí Kylián para el Festival de Salzburgo con ocasión del segundo centenario de la muerte de Mozart.

Kylián eligió para este trabajo fragmentos de dos sublimes conciertos para piano de Mozart, en concreto el 2do movimiento (Adagio) del K-488 y el 2 mov. (Andante)  del K-467.

Belleza, elegancia, sensualidad, energía son alguna de las sensaciones que nos transmite esta obra, todo un placer para nuestros sentidos.