Ότι δεν με σκοτώνει με κάνει πιο δυνατό


viernes, 11 de octubre de 2013

Versos jocosos y humorísticos del siglo XIX: Francisco Martínez de la Rosa y Miguel Agustín Príncipe.




Francisco Martínez de la Rosa por el grabador José Gómez
(Museo Zumalakarregi  - Vía álbuSIGLO XIX)




Se nota que es viernes porque vaya tarde la de hoy. De risa en risa leyendo un estupendo libro de poesías jocosas y humorísticas del siglo XIX. No tiene desperdicio, es un auténtico regalo lleno de epigramas, parodias, letrillas, fábulas… 

Otra forma de poesía a la que algunos llaman “menor”, desde luego muy diferente a la imagen romántica y melancólica que generalmente suelen transmitir los poetas decimonónicos.

Entre las joyas presentes en la antología están los epitafios burlescos de Francisco Martínez de la Rosa (Granada, 1787-Madrid, 1862), un más que digno heredero de esta vertiente literaria que tan presente se halla en los clásicos grecolatinos y los españoles del Siglo de Oro. 



El cementerio de Momo


Yace aquí un mal matrimonio,
dos cuñadas, suegro y yerno…
No falta sino el demonio
para estar junto el infierno.


¿Ya hay pleito sobre el sepulcro,
y aun no está el hombre enterrado?
¡Este sí que era letrado!


Yace aquí Blas… y se alegra
por no vivir con su consuegra.


¡Cuñados en paz y juntos!
No hay duda que están difuntos.


Aquí yace una viuda
que murió de pena aguda
apenas hubo perdido
a su séptimo marido.


Aquí yace una soltera,
rica, hermosa, forastera,
que sordo-muda nació
¡Si la hubiera hallado yo!



Sub Hoc túmulo… adelante
que éste será algún pedante.


Aquí enterraron de balde,
por no hallarle una peseta…
No sigas: era poeta.


Aquí yace un egoísta
que no hizo mal ni hizo bien.
Requiescat in pacem, Amén.


Aquí Fray Diego reposa
y jamás hizo otra cosa.



Espero que os haya gustado esta breve selección de los versos burlescos de Martínez de la Rosa. Volveremos sobre este libro porque quedan otros autores y mucho humor en ellos. Pero no me resisto a terminar esta entrada sin dejar una fábula de Miguel Agustín Príncipe (1811-1863), la titulada 
El lavatorio del cerdo.


En agua de Colonia
bañaba a su marrano doña Antonia
con empeño ya tal, que daba en terco;
pero a pesar de afán tan obstinado,
no consiguió jamás verle aseado,
y el marrano en cuestión fue siempre puerco.

Es luchar contra el sino
con que vienen al mundo ciertas gentes
querer hacerlas pulcras y decentes:
El que nace lechón, muere cochino.





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