Ότι δεν με σκοτώνει με κάνει πιο δυνατό


jueves, 28 de febrero de 2013

"En el Olimpo" de Tomás Soler Borja






Giambattista Tiepolo, 
El Olimpo, o Triunfo de Venus




Desde la creación de este micro cosmos de imágenes y palabras que es Navegando son ya unos cuantos los escritores que se han embarcado en esta nave. Hoy os traigo la palabra de Tomás Soler Borja, poeta, acróbata de las letras. Sus versos son alfa de luz y omega de sombra, un territorio de sentimientos compartidos.




En el Olimpo.

Me llena de fe
asomarme al cielo de tus ojos
porque solo allí
tiene cabida para mí
el Olimpo de los dioses.

Y así, cerca,
muy cerca de tus labios,
de tu boca,
del altar de tu cuerpo
nos nace Afrodita en un beso,
nos crece Eros entre suspiros.

Y así, cerca,
muy cerca de tu piel,
de tu carne,
del edén de tu fuego
nos quema el ansia de ser uno,
nos abrasa el espíritu del deseo.



                                                                                 
Itaca.

Muéstrame con tus ojos
de promesas del sur
el regreso a Itaca,
la vuelta a casa
desde estas soledades pálidas
tan al norte de tu boca.

Muéstrame el camino
que desde esta fría Europa,
tierra de penumbras,
me acerque por ríos y desiertos
valles y montañas
hasta el estrecho luminoso
que anticipa África,
continente madre de toda vida.

Muéstramelo ya,
sin demora,
con el fuego de tu amor
trazando el meridiano trémulo
que guíe mis ansias de viaje
por los derroteros del deseo. 


                                                 Tomás Soler Borja, acróbata




miércoles, 27 de febrero de 2013

Σαπφώ - Safo






Foto:  Amelia G. Suárez



              Καὶ ποθήω καὶ  μάομαι        
                 
                              Y deseo y busco






sábado, 23 de febrero de 2013

Ένα ποίημα, ένα τραγούδι…





                 Φωτογραφία: Αμέλια Γ. Σουάρεθ            

























No sé bien dónde está la belleza, si en tu cuerpo o en tu alma




    Ποίημα του Κωστή Παλαμά,  Χρυσομαλλούσα


Καλά δεν ξέρω
ποια είναι η ομορφιά σου,
κι αν το κορμί σου
κι αν η ψυχή σου,
τάχα ποια δύναμη
στην εικόνα σου
με πάει μαζί σου. 

Δεν ξέρω αν είσαι
μια ορμή, μια ιδέα
κι αν είσαι η γλώσσα
μιας γνώμης θείας .

Κι αν είσαι η σάρκα
κι αν είσαι η γλύκα
της αμαρτίας.

Καλά δεν ξέρω
ποια είναι η ομορφιά σου,
κι αν είσαι η χάρη
κι αν είσαι η μούσα
κι αν είσαι υγεία
κι αν είσαι αρρώστια,
χρυσομαλλούσα.





Μιχάλης Τερζής - Χρυσομαλλούσα








viernes, 22 de febrero de 2013

Fotografía. Juan Gelman / Duke Ellington / John Coltrane





Fotografías: Amelia G. Suárez


























                   


                         Foto

En la fotografía que tus ojos vuelven dulce
hay tu rostro de perfil, tu boca, tus cabellos,
pero cuando vibrábamos de amor
bajo el oleaje de la noche y el clamor de la ciudad
tu rostro es una tierra siempre desconocida
y esta fotografía el olvido, otra cosa.



                      Fotografías

Mirando en viejas fotos mi rostro en que no estás,
la mejilla en que estás como dolor, olvido,
pienso qué harán en China ahora
con tanta tristeza como se me caía,
o crecerá como otro otoño humano
lleno de oros, de dulzura,
con un fuego en el medio como tu nombre, o sea
crepitarás entre los lotos de Hangchaw bajo
septiembre
como cuando encontré la justicia en el mundo
y era como tu rostro,
mejor dicho: te amo.
                                                 

                                                                 Juan Gelman








miércoles, 20 de febrero de 2013

La tradición clásica en "La aldea perdida" de Armando Palacio Valdés
























Emprendemos nuestro viaje en busca de la huella clásica en la novela La aldea perdida del escritor asturiano D. Armando Palacio Valdés (1853-1938), un clásico que parece haber caído en el olvido a pesar de ser uno de los escritores que más ejemplares consiguió vender en vida y de los más traducidos. Admirado dentro y fuera de España, llegó a estar nominado en dos ocasiones al Premio Nobel de Literatura, la primera en el año 1927 y la segunda en 1928.

El interés del autor por los clásicos en general y la mitología en particular lo manifiesta abiertamente en su novela autobiográfica La novela de un novelista concretamente en el pasaje que aparece en el capítulo XXXI titulado Segundas Lecturas: Leí en la biblioteca de la Universidad la Iliada, de Homero, traducida en verso libre por Hermosilla… me causó extremado placer…Por espacio de algunos días viví en constante embeleso entre aquellos héroes tan divinos y aquellos dioses tan humanos.  



La aldea perdida

Apenas comenzamos a ojear esta novela subtitulada novela-poema y comprobamos que la relación de citas directas, indirectas o referencias a mitos y personajes clásicos es constante.

En esta obra de 1903 el autor nos presenta un claro enfrentamiento entre dos mundos, por una parte el bucólico-campesino añorado por el recuerdo de la infancia del escritor que convierte a los aldeanos en héroes y por otra parte el emergente mundo chabacano-industrial cuyos protagonistas representan los antihéroes. Y todo ello envuelto  en dos historias de amor melodramáticas que concluyen en un doble asesinato.

En principio pudiéramos pensar que estamos ante una obra sencilla, sin excesivas pretensiones, en cambio comprobaremos a lo largo de estas líneas que La aldea perdida esconde diferentes lecturas que salen a la luz según el prisma de cada lector. De hecho desde su publicación hasta nuestros días han sido muchos los autores que se han ocupado de analizar este poema novelesco llegando a conclusiones diferentes y a menudo contradictorias. No obstante si en algo coinciden es en la mención de los clásicos como fuente en la que bebe Palacio Valdés para crear la obra. Me parece interesante dar un breve repaso a alguna de estas interpretaciones que de ella se han hecho. Comenzamos por Pérez de Ayala para quien La aldea perdida es un poema homérico lleno de dulzura, de armonía, de grandeza heroica destacando en su expresión el grácil desaliño de la fuente que mana, del lenguaje que fluye de los poetas primitivos. En cambio para A. Ruiz de la Peña los rasgos formales de la novela remiten al modernismo si bien bajo la elaboración de una prosa poética de raíz clasicista y antirrealista. En un sentido similar apunta Gómez Tabanera cuando habla de la obra como taracea modernista, no exenta de revulsivos homéricos.  Constatamos pues que hay una coincidencia en ver un trasfondo clásico más concretamente la presencia poética de Homero.

Especial mención merece la opinión de quienes van más allá y apuntan diversas referencias tanto mitológicas como la evidencia de un sentimiento geórgico, la égloga, el mundo arcádico y bucólico pastoril, la fábula alegórica, la “edad de oro”, el Beatus ille, el menosprecio de corte y alabanza de aldea…

Dicho esto no podemos obviar una visión irónica, humorística con cierto tono burlesco que se percibe al leer la obra sin llegar a la opinión de Navarro y Ledesma para quien la novela era pura broma digna de Homero, pero no de un Homero cuando estaba despierto. Más certera parece la opinión de uno de los mejores estudiosos de la obra palaciovaldesiana, Brian J. Dendle, que constata la asimilación irónica de los campesinos asturianos a los héroes de Homero y la del narrador a Virgilio. Para Dendle la novela va más allá de la tierna auto-ironía, del escritor cincuentón hacia el narrador niño, nostálgica de la Arcadia perdida, ya que la ironía lo impregna todo hasta el punto de que un lector cómplice puede entenderla como una parodia –género muy clásico también, como se sabe–, o como un poema heroico-cómico o una novela “a la manera de” Homero y más que una novela, una fábula.

La narración se extiende a lo largo de veintidós capítulos precedidos por una Invocación en la que leemos una consigna que constituye toda una declaración de intenciones por parte del autor: Et in Arcadia ego. ¡Sí, yo también nací y viví en Arcadia! También supe lo que era caminar en la santa inocencia del corazón entre arboledas umbrías, bañarme en los arroyos cristalinos, hollar con mis pies en la alfombra siempre verde. Por la mañana, el rocío dejaba brillantes gotas sobre mis cabellos; al mediodía, el sol tostaba mi rostro, por la tarde, cuando el crepúsculo descendía de lo alto del cielo, tornaba al hogar por el sendero de la montaña y el disco azulado de la luna alumbraba mis pasos.” Al instante como lectores nos viene al recuerdo la Arcadia idealizada por Virgilio en su poema sobre la vida en el campo, Las Geórgicas. Pero Palacio Valdés va más allá en su Invocación y a modo de canto griego presenta algunos personajes de la novela: ¡Aún no te he cantado, magnánimo Nolo! ¡Ni a ti, intrépido Celso! ¡Ni a ti, ingenioso Quino! ¡Aún no ha caído a tus pies, bella Demetria, la flor más espléndida que brotó de los campos de mi tierra!

Veamos,  ¿qué no podía faltar en este cuadro que nos ha pintado D. Armando? Evidentemente la invocación a las Musas: Y vosotras, sagradas musas, vosotras, a quienes rendí toda la vida culto fervoroso y desinteresado, asistidme una vez más, coronad mis sienes, que ya blanquean, con el laurel y el mirto de vuestros elegidos, y que este mi último canto sea el más suave de todos. Haced, musas celestes, que suene grato en el oído de los hombres y que, permitiéndoles olvidar un momento sus cuidados, les ayude a soportar la pesadumbre de la vida.

Leemos esta Invocación y al momento identificamos, como ya había señalado Dendle, la figura del narrador con Virgilio y de lo narrado con la Iliada de Homero.

Los títulos de algunos capítulos también tienen una clara evocación clásica y así el capítulo primero La cólera de Nolo recuerda inevitablemente el canto I de la Iliada: Canta, diosa, la cólera aciaga de Aquiles Pelida. Asimismo otros títulos llaman nuestra atención por su evidente reminiscencia clásica, por ejemplo el cap. VII Ninfas y sátiros o el cap. XIV Trabajos y días.  Este último rápidamente lo identificamos con Hesíodo quien en el s. VII a.C. escribió Los trabajos y los días con un claro carácter didáctico aconsejando cómo cultivar los campos al tiempo que defendía la justicia frente al abuso de los poderosos.



Personajes de la novela

La semejanza entre alguno de los personajes que aparecen en la obra y las figuras míticas  es más que evidente, tomemos como ejemplo a uno de los protagonistas del bando de los antihéroes, el minero Plutón, está clara la asimilación del personaje con el Hades griego aunque Palacio Valdés elige la forma nominal romana de este dios del inframundo. Así se explica el vínculo del personaje con el mito en la propia novela: La verdad es que él mismo no sabía el origen mitológico de su nombre… Mr. Jacobi, ingeniero alemán, comenzó a llamarle Plutón por haber nacido debajo de la tierra, y Plutón le quedó.  ¿De qué mejor modo podría el autor en un solo nombre condensar y hacer llegar al lector toda la carga negativa y el menosprecio que sentía hacia el mundo de la destructora industrialización?

Demetria, protagonista femenina y diáfana asimilación de la diosa griega de la agricultura, Deméter, cuyo simbolismo se recoge en la conversación que mantiene don Félix y su primo don César de las Matas, cuando este anticipa la trágica muerte de la protagonista femenina aun sin ser consciente de ello: La que ha muerto… es la gloriosa Demetria, la diosa de la agricultura, la diosa que alimenta, como la llama Homero…, ésa que vosotros los latinistas llamáis Ceres… Demetria ha muerto y se prepara para el advenimiento de un nuevo reinado: el reinado de Plutón.  Interesante sin duda la descripción que el narrador hace de esta mujer a la hora de acercarnos el personaje: Sus facciones de pureza escultórica, su hermosa frente erguida con arrogancia y la grave serenidad de su mirada, no exenta de severidad, traían a la memoria la cabeza de la Juno de Ludovisi. Ceñíale la garganta triple sarta de corales que manchaban de rojo su pecho de nieve.

Nolo, pareja de Demetria, es descrito por Palacio Valdés como si fuese el dios Apolo: Era un mozo de veintidós años, de elevada estatura y gallarda presencia, la tez blanca, las facciones correctas, los cabellos negros y ensortijados, los ojos grandes y debajo de la abierta camisa se veía un pecho levantado de atleta. Los brazos redondos y vigorosos, acusando tanta flexibilidad como fuerza. Su actitud noble y tranquila, su belleza imponente, traían al recuerdo la imagen del dios Apolo cuando, desterrado del Olimpo sirvió de pastor en casa de Admeto, rey de Tesalia. Este fragmento rememora el castigo que sufrió Apolo después de matar a los Cíclopes que forjaban el rayo, por semejante crueldad fue arrojado del Olimpo y condenado a vagar sobre la tierra, momento en el que se dedicó como pastor a cuidar los rebaños del rey de Tesalia.

Jacinto ese joven atractivo asturiano que disfruta del amor aunque al final esté condenado a un destino trágico está sin duda inspirado en el mito griego de igual nombre, recordemos que este joven gozaba de su amor con el dios Apolo cuando inesperadamente fallece mientras jugaba con el dios a lanzarse el disco; fortuito o nefasto accidente o quién sabe si debido a la acción del celoso Céfiro.

Flora, dios romana de las plantas, da nombre a otra de las protagonistas femeninas.

Siguiendo con los personajes de la novela uno de los recursos literarios que llama nuestra atención es su caracterización e idealización a través de un adjetivo que los describe, a semejanza de los epítetos de Homero: heroico Celso, ingenioso Quino, pernicioso Bartolo, hermosa Telva, intrépido Celso, magnánimo Nolo... (en la Iliada leíamos: ingenioso Odiseo, divino Alejandro, valiente Diomedes, magnánimo Néstor, noble Héctor…). Esto me lleva a comentar el modo en que Palacio Valdés describe la acción épica de los personajes como si fuesen los héroes protagonistas de la lírica de Homero si bien aquí se han transformado en campesinos  que habitan la hermosa tierra asturiana de Laviana: en Nolo reconocemos las cualidades de Aquiles; en el  prudente y astuto Quino vemos la réplica de Ulises; en el hermoso Jacinto descubrimos a Patroclo; ante la presencia de Toribión el de recias espaladas recordamos al gran Áyax; tras el pernicioso Bartolo oteamos al chacharrero Tersites…

La narración de las habituales peleas de nuestros héroes asturianos es muy significativa. Basten los fragmentos que a continuación transcribiré como ejemplo de los diferentes episodios bélicos que se relatan en la novela y que bien pudieran incluirse en alguno de los enfrentamientos cantados por los aedos griegos y romanos: La pelea se generalizó. Los guerreros de Lorío se lanzaron sobre los de Entralgo con furiosos gritos. Éstos, aunque menos en número, resistieron el choque a pie firme sin pensar en huir. Crujía el aire con la violencia de los palos: restallaban éstos y se quebraban algunas veces en las manos de los héroes; sonaban los golpes de unos y de otros con fragor en el silencio de la noche; escuchábanse gritos, lamentos, amenazas; todo formaba infernal algarabía de muerte. Los resplandores de la hoguera alumbraban aquella lucha en que por ambas partes se peleaba con furia insaciableEscucháronse a la vez gritos de triunfo y lamentos, imprecaciones y vivas. Como dos ríos impetuosos que caen de la montaña, y sus aguas se tropiezan en el valle con fragoroso estruendo que se oye a lo lejos, así los dos ejércitos rivales cayeron el uno sobre el otro. Igual furor les anima; el deseo de gloria agita sus corazones.

Dejemos por el momento a nuestros héroes para destacar la presencia en la obra del coro. Sabemos que en la estructura formal de la tragedia griega su presencia fue esencial ya que del coro surgió el Corifeo y por lo tanto la figura del actor que ya no cantaba sino que recitaba los versos; aunque establecer aquí la función del coro griego excede nuestro propósito sí quisiera no obstante señalar que el coro representaba a la ciudad por la que hablaba, además y por lo general su aparición iba precedida de la actuación de un personaje. Pues bien, en La aldea perdida el coro representado por la comunidad rural también marca la colectividad frente al individuo si bien se puede distinguir una doble función del mismo, una claramente molesta y corrosiva, representada por el coro de sabias sobre el que percibimos el tono irónico y crítico del autor: Cerca de ellas, sentadas en el suelo, había un corro de cuatro mujerucas, las cuales cuchicheaban desaforadamente…Eran las sabias del lugar… Todas las vidas, todos los sucesos, hasta los más ínfimos de la parroquia, pasaban uno a uno por el tamiz de aquel corro.  Pero también hay un coro que agrada a Palacio Valdés: … el coro de viejos y viejas que escuchaba aplaudió calurosamente su discurso.

En este sucinto repaso a los actores de la obra no quiero olvidarme de don César de las Matas de Arbín, y es que cada actuación de este personaje es un prodigio de evocación del mundo clásico pero en especial de su añorado universo helénico aunque su percepción sea muy sui generis. Lo comprobamos en las palabras que el autor pone en boca del capitán don Félix: no halló arbitrio mejor en aquel aprieto que ir a consultar el caso con su primo don César, uno de “los pocos sabios que en el mundo han sido”, el octavo de Grecia, a no haberse retrasado algunos siglos en su nacimiento.  Es  don César hombre de extrema pasión por lo griego, exceptuando al gran Pericles de quien el señor de las Matas llega a decir: Pericles fue un corruptor en todos los órdenes, un tirano que saqueó indignamente a los aliados para recrear a los atenienses y tenerlos propicios.  Para evidenciar la nostalgia que don César sentía leemos el siguiente fragmento donde profetiza: ¡Ay de los pueblos que corren presurosos en busca de las novedades! ¡Ay de los aqueos! El régimen austero, la vida sobria y sencilla que formó a los hombres en Maratón y las Termópilas desaparecerá muy presto.  

Sería casi imposible reproducir aquí tanta referencia clásica como brota de las palabras de don César, baste anotar algunas figuras o acontecimientos destacados que aparecen, además de los anteriormente mencionados: Tracios, periecos, Pan, las ninfas, la Guerra del Peloponeso, las águilas romanas, Augusto, Dioniso de Siracusa, Diana cazadora, Chipre, Rodas, Títiro, Virgilio, el cisne de Mantua, Teseo, Zenón, Sócrates, Aristófanes, Júpiter, Cratinos, la milesia Aspasia, Esparta, Plutarco, Leuctres, Roma, Platea, Amarilis, Mirtale, Himeto, Heráclito, Eurípides, etc. etc.

Visto todo esto no extraña que algunos estudiosos de la obra hayan afirmado que tras este personaje se esconde el propio autor, un hombre que vive añorando un mundo que se extingue. Sin embargo de una lectura más detallada de la novela no se nos puede escapar el tono irónico con el que el autor describe buena parte de las intervenciones del señor de las Matas. Nos queda pues como lectores un  doble sentimiento ante este personaje, por un lado nos conmueve y por otro nos resulta esperpéntico. Esta dualidad también se observa en otro personaje de la obra La novela de un novelista, el catedrático de Retórica y Poética y ampliación de Latín, ambos personajes comparten una delirante devoción por los clásicos grecorromanos junto con el goce de la vida en el campo que tan bien alaba Horacio en su Beatus ille qui procul negotiis, ut prisca gens mortalium paterna rura bobus exercet suis.

Pero el mundo clásico como hemos visto no solo se manifiesta en la figura del vehemente helenista de Arbín sino que a lo largo de la obra el narrador lo utiliza con relativa frecuencia para describir otros personajes, tomemos como ejemplo la forma irónica y sarcástica que utiliza para darnos a conocer el insaciable apetito de don Casiano: Por su complexión ciclópea, por su faz de escarlata, la fuerza de sus jugos digestivos y la eterna risa que brotaba de su pecho como torrente que se despeña, pertenecía a otra edad remota, no a la presente. Era digno de sentarse en algún festín pelásgico o, cuando menos, de asistir a la famosa hecatombe que Néstor, rey de Pylos  arenosa, celebró en honor de Neptuno, y comerse uno de aquellos bueyes a medio asar.

Termino con este buen sentido del humor haciendo notar que Armando Palacio Valdés convierte en una parodia este poema novelesco compuesto al modo literario de Homero pero en un paisaje natural asturiano que rememora la Arcadia de Virgilio. En la aldea perdida encontraréis musas, coro, dioses y diosas, ninfas y sátiros, astutos y valiente héroes. Todos representantes de un universo bucólico e ideal que desgraciadamente sucumbe en un previsible y nefasto final: el triunfo de Plutón.


                               .......................................




Bibliografía:

A. Palacio Valdés, La aldea perdida. Novela-poema de costumbres campesinas, Ayuntamiento de Laviana, Ediciones del Centro de Interpretación Armando Palacio Valdés nº5, 2006

A. Palacio Valdés, La novela de un novelista. Escenas de la infancia y adolescencia, Ayuntamiento de Laviana, Ediciones del Centro de Interpretación Armando Palacio Valdés nº3, 2005

Francisco Caudet, “La aldea perdida, novela de tesis” en B. Dendle, S. Miller (Ed.), Estudios sobre Palacio Valdés, Ottawa, Dovehouse Editions, 1993

E. Lorenzo y A. Ruiz de la Peña, A.V., Palacio Valdés Un clásico olvidado (1853-2003) Actas del Congreso celebrado en Entralgo – Laviana, Editadas por Elena Lorenzo Álvarez y Álvaro Ruíz de la Peña, Excelentísimo Ayuntamiento de Laviana, 2005

J.M. Gómez-Tabanera, La aldea perdida de A. Palacio Valdés (1903), como fuente de información para un perfil antrológico de la Asturias del siglo XIX; Aproximaciones a Palacio Valdés; Grucomi, Ayto. Laviana, 2005




lunes, 18 de febrero de 2013

Jaime Gil de Biedma: Bienamadas imágenes de Atenas







































La calle Pandrossou


Bienamadas imágenes de Atenas

En el barrio de Plaka,
junto a Monastiraki,
una calle vulgar con muchas tiendas.

Si alguno que me quiere
alguna vez va a Grecia
y pasa por allí, sobre todo en verano,
que me  encomiende a ella.

Era un lunes de agosto
después de un año atroz, recién llegado.
Me acuerdo que de pronto amé la vida,
porque la calle olía
a cocina y a cuero de zapatos.




domingo, 17 de febrero de 2013

Jazz: Wynton Marsalis





Cierra los ojos, prepara tus pies.

                                Olvídate del mundo,  déjate llevar…











sábado, 16 de febrero de 2013

Sor Juana Inés de la Cruz: Hombres necios








Si hay un tema que ya desde la Antigüedad nos encontramos de forma reiterada en la Literatura es la imagen de la mujer como causante de todos los males, baste recordar  el mito de la caja de Pandora.

Esta idea tan recurrente en el hegemónico pensamiento masculino ha sido criticada en el siglo XVII  por la poetisa mexicana Sor Juana Inés de la Cruz que en el poema Hombres necios con habilidad e inteligencia alza su voz en defensa de tantas mujeres acusando a los hombres de ser los causantes de lo que tanto critican.



Sin duda Sor Juana , mujer, poeta y religiosa compone una ingeniosa redondilla .


Hombres necios que acusáis
a la mujer, sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis
para prentendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende?,
¿si la que es ingrata ofende,
y la que es fácil enfada?

Mas, entre el enfado y la pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es de más culpar,
aunque cualquiera mal haga;
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

¿Pues, para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.